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La existencia al desnudo | por Sebastián Lorenzo
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Rodado en Lituania, el quinto largometraje del alemán Fred Kelemen
se inunda de la condición de abandono y de pérdida de sentido
de una Europa del Este frágil y descompuesta.
En una clasificación de las mejores películas del festival
que es solicitada a la prensa acreditada por el diario del Bafici “Sin
Aliento”, con el objeto de elaborar una suerte de ranking o más
bien de “rating”, por cierto con lo artificioso que conlleva
siempre una clasificación -más aún aquella que no
opera con distinciones de por medio (montaje, sonido, fotografía,
actuación, etc.)-, y además para añadir con esa desagradable
certeza de que uno sólo ha visto una parte del festival (un puñado
de films por aquí y por allá); en fin, con todos estos disturbios
de por medio que nublan la visión, yo decidí catalogar a
esta cinta como la mejor obra del Bafici 2005, al menos como la mejor
del Bafici que yo vi, que no fue, desde luego, para nada sucinto.
“Fallen” es la búsqueda de una vida perdida, la desesperada
pesquisa del angustiado Matiss Zelcs por llenar el vacío de una
incógnita, por resolver un acertijo hermético que lo envuelve
desde el principio, cuando se ve atrapado en un suceso imprevisto e improbable
del cual no logra poder escapar, quizá precisamente porque refleja
en parte sus propios miedos e interrogantes: se trata del suicidio a sus
espaldas, de una joven mujer que se lanza al río en medio de la
niebla. El lapsus de su mirada, ese momento inalcanzable en el que ella,
a unos pocos metros suyos, se lanza al vacío de las aguas, cruel
tormento de la ceguera ante el hecho consumado, dubitación que
destruye todas las certezas afirmadas en un patrón visual del mundo;
lo persigue sin remedio. Es el velado de una noche apagada y una neblina
espesa, la terrible consciencia de una caída que se construye auditivamente
a través de un grito femenino, un torrente oscuro sin evidencia,
una muerte sin cuerpo, sin la sutura ideológica que brinda el cadáver.
Tal como la revelación del niño a José en “El
evangelio…” de Pasolini, tal como el canto del gallo que marca
la traición de Pedro, que estalla en llanto -según Quignard-,
este desajuste existencial proviene de un soplo auditivo, de una marca
sonora, de una pesadilla invisible, imborrable.
Kelemen alcanza grados de maestría pocas veces vistos en el cine;
dirige, escribe, produce y fotografía por sí mismo una obra
plenamente autoral, con esa belleza y complejidad que la profundidad de
un solo personaje y su deambular por las calles difícilmente logran
ser tan penetrantes. En efecto, todo lo que observamos es el recorrido
de Matiss Zelcs en busca de esta vida que se ha ido, del pasado de esta
mujer sin nombre, de ese aullido hiriente, la secreta esperanza por encontrar
un motivo concreto al suicidio de quien pudo llegar a ser su amada, pero
que, por el contrario, no es sino su alter ego.
Conmueven los largos planos secuencia en medio de una ciudad fría
y desolada, o bien a través de interiores lúgubres e impersonales,
que acrecientan la sensación de encierro en un mundo marcado por
la figura todavía latente de una programación social del
hombre (los archivos), legado indeleble de aquel Leviatán ayer
monstruoso y vigilante, ahora disperso y abatido. Estamos frente a la
pérdida del sentido colectivo, frente a ese agujero vacío
de la conciencia, esa nada inmóvil fundante del no poder hacer,
de la no realización, del fracasado porvenir de una acción
que ha a sorprendido a este personaje, Matiss Zelcs, en su propio recorrido
a orillas del río. La mirada ubicua del gran bloque burocrático
ha pasado a constituir una imposibilidad de la mirada, la sombra ininteligible
de una oscuridad, un efecto indómito en el cual el sujeto sólo
puede subsistir recluido entre la exterioridad magnificente de un Estado
desmantelado y su propio interior inerte, desocupado, baldío; ¿es
posible vivir en este mundo?
La rigurosidad técnica del film se vuelca sobre una fotografía
expresionista en contrastado blanco y negro, variando constantemente entre
luces y sombras, matizando lentos movimientos que acompañan el
deambular del protagonista. También en el uso pleno del sonido
directo, recurso focalizado en los pasos, las pequeñas acciones,
movimientos nimios en la inmensidad de un contexto silenciado, inexpresivo,
la insólita magnitud ensordecedora de un estruendo mudo. Todo esto
hace de “Fallen” una película admirable y sobrecogedora,
de culto.
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La Fuga, 2005 |