» Caiman Cuadernos de Cine | núm. 2, Febrer. 2012
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El último baile
Fred Kelemen

La amistad entre Béla Tarr y yo empezó con una mirada.

Béla había venido a Berlín porque en el cine Arsenal se presentaba una retrospectiva de sus películas. Sin que nos conociésemos, estábamos sentados por casualidad en el mismo café en mesas distanciadas; sin embargo, nos fijamos el uno en el otro y nuestras miradas se cruzaron. Un par de días más tarde nos vimos de nuevo por casualidad en la oficina de la Academia Alemana de Cine y Televisión de Berlín (DFFB). Hablamos. Así es como nos conocimos y como comenzó nuestra posterior amistad y nuestro trabajo en común. De este primer momento hace ya veintidós años, y un largo camino nos llevó hasta esta última película: The Turin Horse.

Durante estos años ha habido más miradas que palabras. Incluso, mientras rodábamos, pasaban los días sin que intercambiáramos muchas palabras; mientras trabajábamos juntos en los rodajes, muchas veces transcurrían las horas en silencio. En este silencio se expresa el conocimiento de algo en común que nos une, de una actitud, un compromiso sobreentendido, un pulso sincronizado, en el que nos embarcamos en una alianza más enigmática de lo podamos pensar.

De esta forma se explica también el silencio en las películas, impulsadas por un latido que está en consonancia con el silencio de un mundo que sabe que nada ocurre excepto el paso del tiempo y la lucha de las personas para hacer frente a este paso, para no perderse en este transcurrir del tiempo. En vano. Sin embargo, esta lucha genera lo más bello y lo más monstruoso del ser humano; su creatividad y su desesperación, su luz estridente, cruel, violenta y dulce, sanadora, protectora. Esta lucha da vida al ser humano aunque tenga que avanzar luchando a lo largo del río del tiempo y desaparecer en aquel agujero negro en el que todo lo pasajero se hunde.

Las películas de Béla Tarr no presentan visiones. Describen la esencia. Constatan un movimiento hacia el abismo. Las películas de Béla son un baile de la desaparición.

Béla no es un místico. Es un desmitificador, un antimístico. Empujado por ese latido, que es el eco del mundo que desaparece, destruye los mitos del nacionalismo, el capitalismo, el absolutismo ideológico que nos rodea como ideologías políticas, económicas y religiosas, que no dejan ver a un nivel más libre, más amplio. Estos mitos de un mundo que no quiere saber nada del sonido del silencio que produce el fluir del tiempo, ese susurro, que se encuentra inherente como silencio en cada sonido, constituye como oscuridad el fondo de la luz, prepara como muerte el terreno en el que se origina la vida y en el que se echan raíces. Sin embargo, Béla quiere saber algo del susurro de la existencia, de esa oscuridad y de ese silencio, de ese fundamento del que todo viene y al que todo vuelve. Quiere investigarlos, quiere abrir agujeros en el tejido irreal de nuestra civilización artificial para así crear lugares de paso a una realidad que está oculta como el esqueleto en la carne y que, de este modo, puede ava nzar hacia nosotros.

En las películas de Béla el tiempo no es metafísico, a diferencia de lo que ocurre en las de Andréi Tarkovski. En las películas de Béla, el tiempo es existencial. Hay que sufrirlo.

El anhelo de la belleza, la claridad, la simetría y el equilibrio en la composición de las imágenes es posiblemente contraproyecto y expresión de una herida rasgada por un mundo caduco y deshecho que se precipita tambaleándose hacia la desaparición como los únicos héroes verdaderos (los únicos en los que podemos creer), que a lo largo de la vida avanzan ebrios, desorientados, empujados por la desesperación por los caminos que no conducen a ningún sitio y que solo vuelven al punto de partida, al origen: aquel silencio, aquella oscuridad de la que vienen y a la que llevan todos los caminos. Como en esto nada se puede cambiar, a veces también resuena la risa ronca del Sísifo en las películas de Béla.

De esta manera avanza esta caravana de todos los héroes de sus películas, hacia ese agujero negro al final de The Turin Horse en el que ambos protagonistas, tras el último rayo de su luz interior, después de que toda luz se apague, desaparecen; y todas las películas con ellos.

Así termina la última película, en la que he filmado cada secuencia, cada imagen, como parte de mi réquiem visual para Béla Tarr, como nuestro primer encuentro con una mirada; ésta lleva a la oscuridad, al silencio. El futuro es humo negro.
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Traducción: Bárbara Amador